27 de julio de 2010

Prólogo.

Un cielo cuajado de estrellas enmarca una hermosa luna llena. Bajo la mirada atenta de esta última, pequeñas gotitas de lluvia han empañado mi faz, ayudándome a regresar a la realidad. Pestañeo, todavía presa del agotamiento, y busco en mi muñeca el reloj. Las doce de la noche.
Alzo la vista hacia el límpido cielo. Aquellos resplandecientes astros rielan en mis ojos, empañados de ilusión. En algún rincón de mi ser palpita aún la esperanza, cuando la razón me dice que ya de nada sirve. Intento liberarme de dicha sarmentosa sensación. Sin embargo, no lo logro, mis pensamientos juguetean con la posibilidad de que él regrese.
Soplos de aire envuelven mi rostro dulcemente. Suspiro, retirando algunos mechones bermellón hacia atrás. Viejos recuerdos se agolpan en mi mente; sin orden, confusos. Condena de un amor pasado que parece no tener fin.
Prosigo la marcha bajo las estrellas, perdida en lúgubres calles poco familiares. A doquier silencios inmensos, llenos de sentimientos por reventar. Y en medio de estos, yo, marioneta de la cruel realidad.